Los primeros cinco años de vida el niño conoce el mundo y aprende a partir de la experiencia y la experimentación. La confianza y seguridad que le otorgue el ambiente estos primeros años son la base estructural de su desarrollo. Si existe esta base segura, el niño desarrollará armónicamente su camino hacia la autoregulación emocional, se moverá con fuerza exploratoria, un deseo de moverse, ir, probar, desafiar, conocer e investigar el mundo, volviendo al núcleo de seguridad de cuando en cuando, para ir de a a poco y rítmicamente, tejiendo una relación armoniosa y comunicativa con el adulto cuidador y con el mundo en general.
Lamentablemente el sistema educativo preescolar, en su mayoría, no reconoce esta importancia sin permitir suficiente espacio para la libertad en el juego, lo que hace fundamental que en la casa los niños dispongan de un tiempo y un espacio para jugar.
Para esto es recomendable ofrecer espacios especialmente destinados para el juego, donde el movimiento sea seguro, adecuado para su edad, en fin, que sea un espacio para ellos. Disponer un espacio donde se pueden ofrecer elementos para subir y bajar escalones, o para subir y bajarse del sofá, practicar el equilibrio, túneles con mantas… Ofrecer materiales simples que permitan la experimentación. El juego es experimentación; el contacto con la tierra, con el agua y jugar afuera, descubrir, por ejemplo, cómo cambia el jardín y la calle con los cambios de estación.
Y dentro de la casa para que se pueda experimentar (con pintura, con arena, con harina, con lo que sea) el espacio físico debe estar disponible para que el niño experimente sin demasiados “no” (“no manche, no bote el agua, no toque”), para lo cual habrá que “sacrificar” algún rincón de la salita o de la casa por algunos años. Que los materiales estén a su nivel, permitir autonomía en su juego requiere de un espacio físico donde el niño no necesite del adulto constantemente para llevar a cabo su actividad.
Para esto es recomendable ofrecer espacios especialmente destinados para el juego, donde el movimiento sea seguro, adecuado para su edad, en fin, que sea un espacio para ellos. Disponer un espacio donde se pueden ofrecer elementos para subir y bajar escalones, o para subir y bajarse del sofá, practicar el equilibrio, túneles con mantas… Ofrecer materiales simples que permitan la experimentación. El juego es experimentación; el contacto con la tierra, con el agua y jugar afuera, descubrir, por ejemplo, cómo cambia el jardín y la calle con los cambios de estación.
Y dentro de la casa para que se pueda experimentar (con pintura, con arena, con harina, con lo que sea) el espacio físico debe estar disponible para que el niño experimente sin demasiados “no” (“no manche, no bote el agua, no toque”), para lo cual habrá que “sacrificar” algún rincón de la salita o de la casa por algunos años. Que los materiales estén a su nivel, permitir autonomía en su juego requiere de un espacio físico donde el niño no necesite del adulto constantemente para llevar a cabo su actividad.
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